
Al leer con
detenimiento la crónica publicada en El Defensor de Córdoba el 28 de
agosto de 1914, no cuesta imaginar la emoción con que el pueblo de Torrecampo
vivió la reapertura de su templo parroquial. El lenguaje exaltado del artículo
—fiel reflejo de su tiempo— transmite un entusiasmo colectivo que, más de un
siglo después, sigue conmoviendo.
Y, sin embargo, entre
las líneas del júbilo y la solemnidad, hay una ausencia que apenas se
menciona y que, con el paso del tiempo, ha caído en un silencio asumido: la
torre del templo no fue reconstruida completamente. La obra que permitió recuperar el uso
litúrgico del edificio no llegó a culminar su arquitectura histórica.
No fue un error ni un
olvido, sino una decisión práctica, quizás inevitable en su momento. Pero lo
curioso es que, desde entonces, pocos han querido mirar directamente esa
carencia. Como en el cuento de El traje nuevo del emperador, la
comunidad prefirió contemplar lo que se había conseguido —y era mucho— sin
detenerse demasiado en lo que faltaba.
Este tipo de omisiones,
cuando se repiten, acaban formando parte del paisaje: la torre que no está ya
no duele, ni se echa de menos, porque se ha aprendido a no nombrarla. Y, sin
embargo, recordarla es también un modo de reconocer la historia completa,
sin idealizaciones ni desmemorias. Porque la memoria colectiva no solo se
construye con celebraciones, sino también con los silencios que decidimos
romper.
Tal vez hoy, más de un
siglo después, sea el momento de mirar de nuevo hacia arriba. Y preguntarnos
—sin nostalgia, pero con conciencia— qué otros elementos ausentes hemos ido
aprendiendo a no ver.
Vista de la Iglesia de San Sebastián
de finales del s.XIX.
Reproducimos el artículo completo de El defensor de Córdoba 28 de agosto de 1914:
“La solemne función religiosa celebrada
en este pueblo en el día de ayer, 22 de agosto, con motivo de la reapertura del
templo parroquial, será de grandísimo y simpático recuerdo por espacio de
muchos años para todos los que hemos tenido la satisfacción de presenciarla.
Cerrada a la iglesia parroquial coma
hace 7 años, por disposición del ilustrísimo señor obispo de la diócesis, a
causa de su estado run ruinoso, fue trasladado el culto a la ermita de Nuestro
Padre Jesús, la que por falta de capacidad, hacía poco menos que imposible que
los fieles pudieran cumplir con el precepto de oír misa los domingos y días de
fiesta, y que esto era causa de que este religioso pueblo sintiera vehementes
deseos y general anhelo por ver terminadas las obras de reparación, que se han
llevado a cabo con limosnas de los fieles y que no han omitido sacrificio por
ver realizados sus deseos, devolver a dar culto a Dios en el antiguo templo, al
que todos los hijos de este pueblo miramos como nuestra propia casa solariega,
por haber recibido en ella las saludables aguas del bautismo, y cumplido las
demás obligaciones de cristianos; por esto no es extraño que pobres y ricos
hayan rivalizado en contribuir, unos con dinero y con su trabajo personal los
que absolutamente carecen de recursos pecuniarios.
Hoy por fin, gracias a Dios, en el día
de ayer se han visto realizadas las vehementes aspiraciones de estos fieles,
que han celebrado con demostraciones de extraordinaria alegría, notándose
retratada en todos los semblantes tal satisfacción de gozo, que es imposible
explicar con palabras y solo se puede comprender presenciando el vivo
entusiasmo que reinaba en todos los corazones; baste decir que multitud de
forasteros venidos de los pueblos inmediatos a presenciar tan solemne acto,
quedaron admirados de ver no solo tan grandiosa y espontánea manifestación de
fe, sino también la cultura y religiosidad de estos vecinos que recuerda los
mejores tiempos del cristianismo.
No quiero detenerme a referir, por no
hacer demasiado larga esta crónica coma los muchos rasgos de ferviente piedad
realizados por estos hijos del trabajo; baste decir que muchos de ellos
hicieron derramar lágrimas de ternura que edificaban a los más indiferentes,
sobre todo al salir por la puerta de la ermita de Jesús el Santísimo Sacramento
y sonar los acordes de la Marcha Real, ejecutada por la banda municipal.
Deseoso el señor cura ecónomo de esta
parroquia que la función revistiera el mayor esplendor, invitó a varios señores
sacerdotes de los pueblos vecinos, que con su presencia prestaron mayor
solemnidad a los cultos celebrados; y en efecto llegada la hora de las 9:00 h
de la mañana del memorable día 22 de este mes, reunidos en la plaza de Jesús
todos estos vecinos, con su dignas autoridades a la cabeza y con asistencia de
las hermandades, cofradías y asociaciones con sus respectivos estandartes, se
organizó la solemnísima procesión con el Santísimo Sacramento, llevado bajo
palio, cuyas varas eran llevadas por los cofrades de su hermandad, recorriendo
las calles más céntricas de la población, que se hallaban ricamente engalanadas
con la misma pompa que en las procesiones del Santísimo Corpus.
Vista actual de la Iglesia de San Sebastián
con la torre-espadaña en primer plano.
Toda la carrera de la procesión fue un
continuo desbordamiento de entusiasmo, pues apenas cesaban muy cortos momentos
de dar vivas al Santísimo y a la religión católica coma que eran contestados
con igual fervor.
Llegada que fue la procesión al templo
parroquial, dio principio la misa, que celebró el señor cura ecónomo de esta
parroquia don Santiago Calero, sirviendo en ella de diácono y subdiácono don
Alfonso Lafuente y don Juan Cabrera, coadjutores de esta parroquia y asistiendo
de caperos los señores curas párrocos de Pedroche y dos Torres.
El sermón estuvo a cargo del señor
arcipreste de este partido don Antonio Rodríguez Blanco, que, en un hermosísimo
exordio acomodado a las circunstancias, manifestó su admiración al presenciar
el entusiasta fervor de estos fieles y dio gracias a Dios por haber tenido
ocasión de contemplar uno de los actos religiosos que más le han edificado en
su ya larga carrera sacerdotal.
Terminada la misa, en medio de un calor
sofocante coma por el numeroso concurso de fieles que llenaban no solo las
anchas naves de la Iglesia coma sino también sus espaciosas tribunas se cantó
un solemne Te Deum en Acción de Gracias e inmediatamente después, el clero,
autoridades y gran número de distinguidas personas de la localidad, previamente
invitados por el señor alcalde pasaron al hermoso salón del ayuntamiento donde
fueron obsequiados con refrescos, licores, pastas y ricos habanos costeado todo
por el ayuntamiento, testimoniando así la parte tan íntima que tomaba en la
gente general satisfacción que embargaba a todo el pueblo.
Interior Iglesia de San Sebastián.
Antes de pararse los invitados al
refresco, tomó uso de la palabra el referido señor arcipreste, para felicitar
al señor cura por el celo que ha demostrado en las obras de la reparación del
templo y al ayuntamiento y vecinos de la población por su cooperación a una
obra tan cristiana y social y por su religiosidad y compostura que le honra en
todos los actos religiosos.
En medio de la general alegría que se
revelaba en todos los semblantes, se cernía como nube siniestra que nublaba hoy
en gran parte el gozo de muchos, con el recuerdo del que por muchos años fue
nuestro querido párroco don Francisco Madrid, quien por su celo, su sabiduría y
su carácter franco y generoso merecía con justicia la estimación y entrañable
afecto con que todas sus feligreses le distinguían, y recordando en este día
solemne el interés con que dicho señor organizó y principio los trabajos de la
restauración del templo, que no ha visto terminada por haberlo arrebatado de
entre nosotros la muerte inexorable. Dios le haya premiado su religioso celo en
la gloria coma como lo hemos pedido los que tuvimos la honra de ser sus
feligreses”.