viernes, 5 de septiembre de 2025

Repensar el medio rural


 La transformación de los pequeños pueblos no es solo una aspiración, es una necesidad vital. El sistema productivo tradicional, basado casi en exclusiva en la agricultura y la ganadería, ha sido durante siglos el motor de estas comunidades, pero hoy resulta insuficiente para sostener y atraer a las nuevas generaciones. Las cifras de despoblación, el envejecimiento progresivo y el cierre de servicios básicos son síntomas de un modelo que se agota.


No se trata de renegar de nuestra herencia rural, sino de reconocer que la realidad socioeconómica actual exige un replanteamiento profundo. Mantener intacto un esquema que ya no genera empleo ni perspectivas de futuro condena a los pueblos a una lenta desaparición. Para revertir esta tendencia es imprescindible abrirse al desarrollo, a la innovación y a la diversificación económica: pequeñas industrias, turismo de calidad, energías renovables, economía digital, formación y apoyo al emprendimiento local.

El cambio requiere, además, un marco normativo y una visión política que entiendan que el medio rural no es un museo ni un decorado, sino un espacio habitado que necesita vida, servicios, conectividad, oportunidades y certezas. Hablar de equilibrio no puede quedarse en un eslogan; debe significar respetar la legislación ambiental y los valores naturales sin olvidar que el ser humano tiene también derecho a desarrollarse.

La paradoja es evidente: muchos campos y tierras quedan abandonados porque ya no resultan rentables, pero se bloquean proyectos que podrían darles un nuevo uso bajo la premisa de mantenerlos “intactos”. Sin rentabilidad, sin innovación, sin oportunidades, las personas se marchan; y cuando un pueblo pierde población, se pierde también patrimonio cultural, memoria y tejido social.

Proteger la naturaleza es esencial, pero igual de esencial es crear un hábitat digno para las personas que deciden vivir en él. Servicios sanitarios, educación, conectividad digital, infraestructuras adecuadas, incentivos al emprendimiento y a la inversión son condiciones mínimas para fijar población y garantizar un futuro.

Renunciar al progreso en nombre de un entorno “impoluto” nos lleva a un callejón sin salida: paisajes vacíos, casas cerradas, tradiciones olvidadas. Un medio rural sin gente termina perdiendo también su esencia natural, porque sin quien lo cuide, el abandono y la degradación avanzan.

El verdadero reto consiste en reconciliar naturaleza y desarrollo humano. No se trata de elegir entre una u otra, sino de diseñar un modelo donde ambas coexistan, generando riqueza y bienestar sin comprometer el futuro ambiental. Solo así los pequeños pueblos podrán dejar de ser territorios en declive para convertirse en lugares de oportunidad, donde sea posible crecer, formar una familia y proyectar un futuro.

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