lunes, 13 de octubre de 2025

La carretera de Puerto Mochuelo, una reivindicación olvidada para una comarca aislada.


Restos del puente romano sobre el Río Guadalmez.

A orillas del río Guadalmez, entre sierras y dehesas, reposan los restos de un antiguo puente romano que durante siglos sirvió de paso esencial entre Andalucía y la Meseta. Por allí discurría una vía romana y, más tarde, el Camino Real de Andalucía a Toledo: la ruta natural, directa y más corta para comunicar el valle del Guadalquivir con el corazón de la Península Ibérica.

Aquel puente, de piedra y de imponente fábrica a juzgar por los restos que aún desafían el tiempo, fue destruido por una riada en el siglo XVII. Desde entonces, su ruina se convirtió en símbolo de una incomunicación secular que aún hoy persiste.


Restos del puente romano sobre el Río Guadalmez.

Ya en el siglo XVIII se reconocía la importancia estratégica de este paso. En un informe fechado el 22 de febrero de 1785, Luis de Herrera, corregidor cesante de Los Pedroches, describía la precaria situación de las Siete Villas y la necesidad urgente de reconstruir el puente sobre el Guadalmez. Decía así:

“Entonces será aún más sensible la notabilísima falta que hace el arruinado puente que había sobre el caudaloso en el invierno río Guadalmez en la inmediación a la villa de Torrecampo, que facilitaba la conducción de los tabacos de Sevilla a la Corte, el comercio y comunicación de estos pueblos y el paso de cuantos transitan de Andalucía, señaladamente del Reino de Sevilla y gran parte del de Córdoba a Castilla.”


                                                          Mapa del Reino y Obispado de Córdoba de 1797,donde se aprecia 

la vital importancia para Los Pedroches del Camino Real  hacia su paso por Puerto Mochuelo.

 

El propio corregidor relataba cómo ya en 1773 las Siete Villas habían solicitado al Consejo la reedificación del puente, por su utilidad para toda la región, sin que la petición tuviera efecto por no haberse acompañado de los planos y presupuesto requeridos. Más de dos siglos después, en 1983, se construyó finalmente un puente moderno sobre el Guadalmez, paliando parcialmente la incomunicación que arrastraba la comarca desde el Antiguo Régimen.


Restos del puente romano sobre el Río Guadalmez.

Sin embargo, la deuda histórica no está saldada. Hoy, en pleno siglo XXI, el tramo de carretera que une el Guadalmez con la N-420, paso obligado hacia el norte peninsular por Puerto Mochuelo, continúa en un estado deficiente, con trazado estrecho, firme deteriorado y sin condiciones adecuadas para el tráfico que soporta.

Esa vía —la ruta natural de comunicación entre Los Pedroches y el centro peninsular— sigue sin contar con la consideración que merece dentro de la red nacional de carreteras. Su mejora y conversión en una vía de alta capacidad permitirían enlazar directamente la autovía A-43 (a la altura de Puertollano) con la N-432 (Badajoz-Granada), abriendo un eje estratégico que uniría el norte y el sur de España y daría a la comarca el papel logístico que históricamente le correspondió.

No se trata sólo de una cuestión de infraestructuras, sino de justicia territorial. Desde el siglo XVIII, los habitantes de Los Pedroches vienen reclamando una comunicación digna con el resto de la Península. Tres siglos después, los restos del puente romano sobre el Guadalmez parecen seguir clamando lo mismo: que se restablezca la vía que un día hizo de Torrecampo y Los Pedroches un punto neurálgico del tránsito entre Andalucía y Castilla.

Urge, por tanto, una acción conjunta de los municipios de la comarca, de las administraciones provinciales y autonómicas, para reclamar que este tramo se incorpore a la Red Nacional de Carreteras, cumpliendo así una aspiración tan antigua como justa.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Yacimientos arqueológicos en el término municipal de Torrecampo.

 


Puerta de entrada al recinto del Castillo Almogávar.

 

    El término municipal de Torrecampo ha desempeñado a lo largo de la historia un papel fundamental en las comunicaciones y en la economía de la península ibérica. Escoriales de mineral, puentes de época romana y numerosos asentamientos salpican su extensa geografía. Son yacimientos poco estudiados, si bien son objeto de numerosas visitas de curiosos y personas interesadas por la arqueología. Su tardía protección a nivel institucional y su nula vigilancia han ocasionado importantes expolios en los yacimientos que dificultan enormemente su estudio.

    La relevancia de los yacimientos arqueológicos documentados en el término municipal de Torrecampo fue oficialmente reconocida por la Resolución de 11 de diciembre de 2003 de la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía, mediante la cual se dispuso la inscripción colectiva, con carácter genérico, en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz de un conjunto de 138 enclaves arqueológicos localizados en distintos municipios, Torrecampo entre ellos.

    Esta resolución, dictada en aplicación de la Ley 1/1991, de 3 de julio, del Patrimonio Histórico de Andalucía, y del Decreto 4/1993, que regula la organización administrativa del patrimonio histórico andaluz, se enmarca en la política autonómica de tutela, enriquecimiento y difusión del patrimonio cultural. Su objetivo fue garantizar la protección jurídica y científica de una amplia red de asentamientos rurales, estructuras hidráulicas, necrópolis y recintos amurallados que constituyen una valiosa muestra de la ocupación humana continua en esta parte del norte cordobés.

      En el caso específico de Torrecampo, los enclaves incluidos en el catálogo destacan por su diversidad cronológica y tipológica, con testimonios que abarcan desde el Calcolítico y la Edad del Bronce hasta épocas romana, altomedieval y bajomedieval. La resolución subraya que, en la comarca de Los Pedroches, los hallazgos más característicos corresponden a necrópolis medievales con tumbas excavadas en la roca, expresión singular de las costumbres funerarias locales y de las formas de poblamiento en el contexto serrano.

   La inclusión de estos yacimientos en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz implica su reconocimiento como bienes de interés cultural y científico, así como la obligación de su protección urbanística y conservación administrativa. Este reconocimiento no solo refuerza el valor histórico de Torrecampo dentro del conjunto de Los Pedroches, sino que contribuye a la afirmación de la identidad cultural andaluza mediante la investigación, documentación y difusión de su pasado arqueológico.

    El objeto de este artículo es dar a conocer la propia existencia de estos yacimientos. que abarcan desde época romana hasta la alta edad media (Siglos I a XII). Su divulgación, estudio y aprovechamiento suponen un valor añadido al potencial turístico de Torrecampo y Los Pedroches.


 

 Vista aérea parcial del Castillo Almogávar

(Fotografía: Arqueolugares)


Castillo de Almogávar*.
 

*Declarado Bien de Interés Cultural (BIC) BOE NÚMERO 155 de 29 de junio de 1985.

Otras denominaciones: Mogábar; Castillo de Almogábar; Castillo Almogabar; Castullo de Mogábar.

 El Cerro Mogábar se sitúa en una pequeña cordillera alargada en sentido norte-sur de 706 metros de altitud máxima en su pico más alto y similar longitud, situado en un amplio valle ondulado de colinas. Posee un espectacular dominio del entorno, con menor altitud, así como de las vías de comunicación entre el Campo de Calatrava-Valle de Alcudia y el Valle de Los Pedroches.

Constituye uno de los yacimientos histórico-arqueológicos más interesantes y menos conocidos de la comarca de Los Pedroches. Declarado Bien de Interés Cultural en 1985, el sitio aún espera una excavación sistemática que permita rescatar toda su riqueza material y simbólica.

El conjunto de ruinas se compone de tres núcleos perfectamente diferenciados: un castillo, una villa amurallada y un arrabal al sur de ambos, en la ladera de acceso a éstos.



Vista aérea de la villa amurallada
(Fotografía: Arqueolugares)


El primero, de unos 35 metros de extensión, forma un pequeño recinto en la cúspide extrema del Oeste de la villa. De él se conservan lienzos de murallas de mampuesto sin cal de casi un metro de altura en los lados Norte y Sur, así como las partes bajas de dos grandes torres - una rectangular y otra circular - que constituían las defensas de separación entre el castillo y la villa.

La villa amurallada ocupa una extensión aproximada de una hectárea. Se encontraba fortificada en todo su perímetro con muralla de mampuesto de la que aún quedan amplios testigos. La puerta de ingreso estaba situada en el costado sur. También pueden verse casi a ras del suelo las alineaciones de las calles y casas de la población, pudiéndose recomponer con relativa facilidad alguna de sus plantas. Su extensión y organización permiten hablar de una población estable.

Finalmente, en la ladera sur de la villa y en plano inferior pueden apreciarse los vestigios informes del arrabal, formando un conjunto de ruinas de difícil identificación. Su extensión sugiere un uso habitacional o comercial.
Entre los materiales recuperados destacan fragmentos cerámicos islámicos (siglos X-XII) de estilo nazarí y califal, vidrios y restos metálicos como puntas de flecha. También se han detectado restos visigodos y altomedievales, lo que demuestra la ocupación continuada.

 
Datos históricos

Según Juan Ocaña, Esteban Márquez y Juan Prada - abogado y propietario de la finca donde se enclava la fortificación -, por similitud en los nombres el Castillo de Almogávar se debe de corresponder con el antiguo núcleo denominado Galla, citado en la Hitación de Wamba y en la crónica del Rey Sabio: "El Obispado de Córdoba tenga desde Pared fasta Ubeta e de Galla fasta la Rana". Este núcleo servía de límite a los obispados de Córdoba y Oreto (Almagro) en época visigoda. La asimilación se hace en virtud de que el término Galla precedido del artículo significa Alcalá, es decir, fortificación, por lo que A. Blázquez fue el primero en asociar Galla con Almogávar, como indica Ocaña. En el lugar han aparecido no sólo restos romanos como poblados, tumbas e inscripciones, sino también restos materiales desde el Calcolítico hasta la Baja Edad Media ininterrumpidamente. Es particularmente llamativa la presencia de sarcófagos romanos antropoides exentos o tallados en la roca granítica viva, cuya cronología exacta se desconoce. Asimismo, Márquez y Prada, siguiendo la descripción hecha por al - Idrisi y la antigua opinión de Saavedra (recogida por Ocaña, p. 34), identifican los restos de este castillo con los de la población islámica de Gafiq, tanto por su ubicación como por su topografía. Según el mencionado geógrafo árabe, "el que partiendo de Córdoba quisiera ir a Toledo, ascenderá al monte de Arlis, once millas; de allí a Dar al-Baqar, seis millas. De allí a Pedroche... De Pedroche a Gafiq siete millas. Este último fuerte es lugar de refugio; sus habitantes son bravos, atrevidos, emprendedores. A menudo, cuando los cristianos han hecho una excursión al país de los musulmanes, éstos encomiendan a los habitantes de este fuerte el cuidado de alejarlos del país y quitarles el botín, del cual se han apoderado también los cristianos, que conociendo el valor y bravura de los habitantes de Gafiq, se mantienen cuanto pueden a distancia de este fuerte y evitan aproximarse a él. De allí a Gebel Afur...". No obstante, la mayor parte de los investigadores modernos, entre los que se incluye el propio J. Ocaña (pp. 34-35, que en p. 36 se contradice), tienden a asociar dicha población de Gafiq con el actual Belalcázar, que en la Baja Edad Media se denominó Gahet o Gahete, considerando algunos, como Nieto Cumplido, que el nombre árabe de Almogávar o Murgaval fue el de Burg Wabo al-Malaha.
Hasta ahora lo único que desde el punto de vista histórico parece claro sobre el castillo de Almogávar es que, como indica su nombre y sus características, es una fortaleza islámica, pero cuyos avatares históricos principales desconocemos.

Quizás su denominación guarda relación con el vocablo al-mugawar, que significa "el que hace algaras o correrías", de donde derivó el nombre de almogávar y almogávares, antiguos campesinos arruinados de Cataluña y Aragón que se convirtieron en mercenarios empleados de manera irregular para hacer correrías en el territorio enemigo.
Según Ocaña, estos mercenarios se apoderaron de castillos pedrocheños como Murgaval (Mogábar), Pedroche, Santa Eufemia y Belalcázar, jugando luego un importante papel en la conquista cristiana de Córdoba.

En 1155 el rey Alfonso VII conquistó Pedroche y Santa Eufemia, después de tomar Calatrava, señalando en un privilegio de esta Orden, veinticuatro años más tarde, los límites de su territorio, citándose uno de ellos "al castillo que se llama Murgaval", es decir, el castillo de Mogábar. Tras la conquista de Córdoba por Fernando III, el castillo de Mogábar no aparece en las donaciones hechas por el rey, posiblemente porque ya había quedado abandonado, en opinión de E. Márquez Triguero.

Según Nieto Cumplido, por su situación estratégica - posee un espectacular dominio de las vías de comunicación entre el Campo de Calatrava - Valle de Alcudia y el Valle de Los Pedroches -, este castillo debió de desempeñar un papel importante en las comunicaciones de la Meseta con Andalucía por esta ruta.

El Castillo de Almogávar es un testigo silente de milenios de historia. Su abandono institucional contrasta con la riqueza que encierra bajo sus piedras. La comunidad investigadora, así como las administraciones locales y autonómicas, tienen ante sí la responsabilidad de proteger, estudiar y divulgar este patrimonio singular que podría aportar claves esenciales sobre la ocupación del norte de Córdoba desde la Prehistoria hasta la Edad Media.
 



 Conjunto de tumbas excavadas en la roca.


La Nava.

          Parcelas catastrales: Polígono 24, parcela 20.

Descripción: este yacimiento también se denomina Casilla de la Lata. Está formado por los restos de un asentamiento de época romana y por estructuras funerarias medievales excavadas en la roca.
En este lugar se encuentran 5 sepulturas excavadas en la roca y restos de un pequeño asentamiento. El material cerámico es muy escaso y poco definitorio, cerámica común e industrial (ladrillos y tégulas). Se encuentran también restos de muros y edificaciones, algunas de las cuales apoyan sobre las tumbas.

Ante la ausencia de excavaciones resulta difícil precisar si el asentamiento y la necrópolis son de la misma época. Los muros emergentes apoyan sobre alguna tumba de lo que se deduce que se trata de construcciones posteriores.
 

Haza de las Animas (I).

 

Otras denominaciones: Peñón del Obejuelo.

Parcelas catastrales: Polígono 24, parcela 19 a, b y c.
Descripción: este yacimiento se adscribe al período medieval y está compuesto por un asentamiento y un área de necrópolis con tumbas excavadas en la roca.

Sobre un elevado canchal de granito se encuentran 9 tumbas excavadas en dicha roca, dos de ellas infantiles. También hay restos de un pequeño asentamiento. El material cerámico es muy escaso y poco definitorio (ladrillos y tégulas). Junto a las tumbas se localizan varios muros y estructuras de difícil adscripción cultural.
Ante la falta de excavaciones resulta difícil precisar si el asentamiento y la necrópolis son de la misma época. Los restos de muros que se localizan junto a las tumbas podrían ser posteriores.

 
 

Tumba de niño y adulto.
 
Haza de las Animas (II).

Parcelas catastrales: Polígono 24, parcela 19 a.
Descripción: asentamiento medieval de reducidas dimensiones y restos de tumbas excavadas en la roca (3), una de ellas perteneciente a un niño.

Es difícil precisar si tanto el asentamiento como la necrópolis corresponden a la misma época.
 

 
Denominación: Cañada del Trillo.

Parcelas catastrales: Polígono 33, parcelas 108 y 114. 
Descripción: asentamiento de pequeña extensión de época romana donde se identifican diversos tipos de materiales de construcción, como ladrillos y tégulas.

 
Cercado de las Norias.

Parcelas catastrales: Polígono 33, parcelas 115 y 116.
Descripción: el material cerámico indica que se trata de un asentamiento del período romano. También se han hallado tumbas medievales excavadas en la roca.

 
 

Denominación: La Cruz Chiquita.
Parcelas catastrales: Polígono 35, parcelas 214 y 215.

Descripción: asentamiento romano con materiales cerámicos escasos y dispersos.
 

Huerta de los Álamos.
 

Parcelas catastrales: Polígono 33, parcela 112. Camino de Pedroche.
Descripción: pequeño asentamiento del período romano con restos de escorias de fundición.

 
La Pelicarda.

Parcelas catastrales: Polígono 25, parcela 105.
Descripción: restos de estructuras de cronología indeterminada, a base de grandes bloques asentados en seco. El material cerámico es muy escaso y poco representativo, razón por la cual resulta difícil establecer un período histórico concreto.

                                              


 Epitafio s.X, procedente de La Torre.

La Torre.

Parcelas catastrales: Polígono 17, parcelas 3 a y 5 d.
Descripción: asentamiento perteneciente a la Alta Edad Media donde se han documentado restos materiales visigodos.

Asentamiento de mediana extensión en el que aún se aprecian restos de muros que conforman viviendas y otras dependencias. El material cerámico es muy escaso y poco definitorio (cerámicas comunes, ladrillos y tégulas). De aquí proceden varios hallazgos de época visigoda tales como una hebilla de cinturón y una pequeña columna de pizarra. Hay que destacar un epitafio funerario del presbítero Rufo, datado en el año 950.
 

Laguna del Ladrillar.

 

Parcelas catastrales: Polígono 3, parcelas 230, 234 y 237.

Descripción: asentamiento romano detectado por su material cerámico y constructivo disperso en superficie.
 
 

Las Coronadas.
Parcelas catastrales: Polígono 9, parcelas 71 a, b y c, 72 a, b y c, 73 y 76.

Descripción: este yacimiento se corresponde con los restos de una villa romana documentada por su material disperso.
Asentamiento de mediana extensión que podría corresponder a una villa de época romana. En superficie abundan los restos cerámicos de tipo industrial, tales como ladrillos, imbrices y tégulas.


Las Valquemadas.
 

Parcelas catastrales: Polígono 13, parcela 1 a.
Descripción: se trata de un conjunto de tres sepulturas excavadas en la roca granítica.

 
Esta breve entrada no pretende ofrecer un estudio científico exhaustivo, sino una aproximación divulgativa que subraye la relevancia patrimonial de los yacimientos arqueológicos de Torrecampo. Aun con las limitaciones propias de este formato, quiere servir como llamada de atención a investigadores, instituciones y autoridades para que impulsen nuevas prospecciones, estudios y proyectos de conservación. Solo mediante la investigación rigurosa, la difusión responsable y la puesta en valor de estos enclaves podrá consolidarse el conocimiento de un pasado que complementa de forma admirable el magnífico ecosistema de dehesa que caracteriza al entorno de Los Pedroches.

 
 Información Bibliográfica
MARQUEZ TRIGUERO, Esteban. Historia de la villa de Torrecampo, Córdoba.1993.

MARQUEZ TRIGUERO, Esteban. Sepulturas antropoides del valle de los Pedroches. 1985.
Resolución de 11 de diciembre de 2003 de la Dirección General de Bienes Culturales, por la que se resuelve inscribir colectivamente, con carácter genérico, en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz,138 yacimientos arqueológicos de los términos municipales de Nueva Carteya, Cañete de las Torres, Bujalance, Torrecampo, Conquista y Pedroche (Córdoba)

 Información documental
Archivo de la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura de Córdoba. Actualización y Revisión del Inventario de Yacimientos Arqueológicos de Andalucía 2001. Las Valquemadas, 2001.


 

martes, 7 de octubre de 2025

¨Revolá¨

 



Hay canciones que logran poner palabras a lo que muchas personas viven, pero no siempre saben cómo explicar. "Revolá", del grupo Sanguijuelas del Guadiana, habla sobre un tema muy real: la dificultad de poder vivir en el lugar donde uno nació. Hoy en día, para mucha gente, quedarse en el pueblo no es una opción. Vivir y trabajar allí se ha vuelto un privilegio.

“Suerte la tuya de poder vivi'onde naces”, dice el estribillo. Y tiene razón. Muchos pueblos pierden población porque no hay oportunidades. Los jóvenes se marchan para estudiar o trabajar, y cada domingo los trenes y las carreteras se llenan de maletas que regresan a las capitales. Mientras tanto, los pueblos se quedan en silencio.

En los últimos años se ha instalado una idea muy dañina entre parte de la juventud: que volver al pueblo es sinónimo de fracaso. Como si lo valioso solo pasara en las ciudades. Como si quien elige volver —o quedarse— no tuviera aspiraciones. Nada más lejos de la realidad. Volver no es rendirse. Es decidir dónde quieres construir tu vida. Y eso debería ser una elección, no una renuncia.
El abandono rural no es solo una cuestión demográfica. Cada pueblo que se vacía pierde escuelas, servicios, cultura, relaciones, memoria. Pero también futuro. Porque no hay desarrollo sostenible si se deja atrás a media España. Y no hay igualdad si vivir donde naciste depende de tu nivel económico.

La buena noticia es que aún hay margen. Hay personas apostando por el medio rural con proyectos agrícolas, turísticos, culturales o tecnológicos. Gente que vuelve no por obligación, sino por convicción. Pero para que esas decisiones sean viables, hace falta algo más que voluntad: infraestructuras, políticas públicas, inversión, vivienda, conectividad. Todo lo que en la ciudad se da por hecho, y en el pueblo aún se mendiga.

"Revolá" no es solo una canción. Es una forma de decir “no me he rendido”. Es una crítica a lo que empuja a irse y una promesa de regreso. Porque volver no es mirar atrás, sino empezar de nuevo con otra mirada. Y como dice la última línea del tema: “Juro que volveré.”

domingo, 28 de septiembre de 2025

Entre la dehesa y la mina: memoria minera de Torrecampo

 


Pozo de la Mina Angelita


La minería constituye uno de los capítulos menos estudiados, pero más significativos en la historia económica de Torrecampo y de la comarca de Los Pedroches. Aunque la imagen tradicional de este territorio está vinculada a la ganadería, la agricultura de secano y el aprovechamiento de dehesas, los testimonios documentales y materiales evidencian una prolongada actividad minera que hunde sus raíces en época antigua.

En el siglo XVI ya se registran explotaciones en la zona. Un ejemplo destacado es el acta de 1574 en la que se consigna una mina de estaño en la Cañada del Herrero, citada por Nicasio Antón del Valle en su Minero Español. Este registro conecta Torrecampo con la política minera de la Corona, que, bajo Felipe II, trató de sistematizar el control y aprovechamiento de los recursos mineros para responder a la demanda creciente de metales estratégicos.

Durante la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, la riqueza geológica de Torrecampo —situado en la transición entre la penillanura del Valle de los Pedroches y las estribaciones de Sierra Morena— fue objeto de sucesivas prospecciones. Su localización en el contacto entre terrenos graníticos y paleozoicos favoreció la aparición de minerales de plomo argentífero, cobre, estaño, volframio, uranio y vanadio, entre otros.

El ingeniero de minas Antonio Carbonell Trillo Figueroa, en 1928, recogió en su Catálogo de las minas de Córdoba un detallado inventario de enclaves mineros de Torrecampo, algunos ya abandonados y otros apenas en fase de prospección. Su enumeración no solo constituye un repertorio geológico, sino también un testimonio del interés que en el primer tercio del siglo XX despertaban los recursos estratégicos como el tungsteno o el uranio, en un contexto marcado por la Primera Guerra Mundial y las tensiones de la posguerra.



Fragmento de Minero Español de Nicasio Antón del Valle (1841)

El estudio de la minería en Torrecampo permite, por tanto, comprender:

  • La integración de este municipio en los circuitos históricos de explotación minera de Sierra Morena.
  • La coexistencia entre economía agroganadera y actividad extractiva en Los Pedroches.
  • La persistencia de la memoria toponímica, pues muchos de los parajes mineros citados (Las Torcas, Cerro Gordo, Navaluenga, Carboneras, etc.) siguen identificándose en el paisaje actual.

Así, el caso de Torrecampo constituye un ejemplo singular de cómo la minería, aunque nunca alcanzó un desarrollo industrial comparable al de otras zonas de Sierra Morena, formó parte esencial de su patrimonio histórico, económico y cultural.

 

Vista parcial del complejo minero de Las Torcas.


A continuación, se reproduce el contenido, con una redacción actualizada y notas aclaratorias.

“Escoriales cobrizos

Se han señalado en el Cerro de las Herrerías (denominación ya de por sí elocuente)

Estaño

Don Nicasio Antón del Valle, en su Minero Español, refiere que en Torrecampo, jurisdicción de Córdoba, el 1º de noviembre de 1574 se registró una mina de estaño en la Cañada del Herrero, en una viña.

Señala también Carbonell que se recogieron muestras de estaño en la mina “Eureka”, situada en la Dehesa Nueva, cortijo de Villagordo, en la zona de contacto entre granito y pizarra; y en la mina “Eureka 2ª”, colindante con la anterior.

Níquel

El níquel, mineral asociado al bismuto, se ha reconocido en:

Mina “San José”, en Las Rozuelas, al norte de la casa de Carboneras y al sur del río Navaluenga.

Mina “Felicidad”, cercana al pueblo.

Mina de bismuto “Angelita”.

Pegmatitas

Los filones de pegmatita, importantes en minería por las sustancias raras que suelen contener, aparecen con frecuencia en la línea de contacto entre granito y pizarras, cortando normalmente a éstas; en ocasiones también en vetas intercaladas en las pizarras.

Las pegmatitas turmaliníferas se localizan:

En el camino del Horcajo, a un kilómetro del pueblo.

En la subida del río Navaluenga hacia el camino de Conquista (Barehonas).

En la mina “Princesa”.

 Pirita de hierro

Sin interés industrial. Se ha observado en la mina “San Jaime” y en la mina de plata “Las Torcas”.

 Plata

Los minerales de plomo de la zona de Torrecampo acusan con frecuencia alta ley en plata. Ejemplos:

Mina “Andresito”, en el límite con El Guijo.

Mina “San José”, en Cabezadas (1 y 2).

Cerro Gordo de los Cabezos, junto a Las Torcas, en el camino de éstas a Torrecampo.

Las minas de Las Torcas, situadas en terrenos paleozoicos y graníticos, presentan labores antiguas. El filón parece orientado al N. 22º E., cortando el río Guadalmez y penetrando en la provincia de Ciudad Real, hacia el molino de la Jurada y la fuente del Escuerzo.

En tierras de Arriba se constata alta ley en plata y plata nativa. Se exploró allí un pozo de 7 m.

Otras minas de plata-plomo mencionadas son:

“El Guadamora”, camino de la huerta de Galleguito, arroyo de Las Torcas (pozo de 25 m).

“Las Torcas Segundas”, colindante con Las Torcas, junto al río Guadalmez y el molino de la Jurada.

Plomo

Numerosos enclaves del término de Torrecampo han ofrecido indicios de galena:

 Cerro Gordo de los Cabezos (Umbría): calicata en terreno de D. Juan Santofimia.

Dehesa Nueva, arroyo de Guadamora: crestón de Cañantrillo (Cañada del trillo) en el contacto del cambriano y el granito.

Caballeras, arroyo de Chorreros: minas “Te Veo”, “San José” y “Te Miro”, en el camino de Torrecampo a Las Torcas.

Vuelta de la Herradura, arroyo de la Jurada: plomo asociado al cobre.

Dehesa Vieja: zanja de 10 m sobre un criadero en forma de filón con rumbo NE y buzamiento de 70º; potencia 0,50 m; galena con cuarzo y caliza; pozo de 4 m en granito.

Otros puntos señalados: Pozo Ancho y de las Juradas (camino del Guijo), Laguna del Ladillo, Hornero, Molinero, arroyo de Santa María, Rozuelas, arroyo del Coto, Quinto de Fresnadillas, cerro del Alcornocal, Toriles de Cañada Herrero, Rivera, Pozo de Perfecto, callejón Zorrero, huerta del Rico, Dehesa de Salitrares, Los Rubiales, arroyo del Prado, Tres Cruces, Navaherodes, Quiñones, Ejido de Torrecampo y Ropereza.

Otros registros notables:

Mina “Mercedes”, en el camino de El Guijo.

Mina “Angelito”, en Los Batanejos y arroyo de Navalahacienda.

Mina “Andresito”, en el arroyo de La Matanza.

Peñas del Agua: calicata de 5 m sobre filón silíceo con rumbo E. 16º N.

Tungsteno (Volframio)

El volframio se halló en la mina “Princesa”, en Carboneras, camino de Torrecampo a Conquista, al sur del río Navaluenga. Carbonell señala la probabilidad de nuevos descubrimientos en el futuro.

Uranio

Se han citado sales de uranio —minerales radiactivos— en la mina “Felicidad”, al este, y en las inmediaciones de la mina “San Jaime” y del pueblo de Torrecampo. El autor recuerda que los minerales de bismuto de esta zona, o acaso sus gangas, presentan radiactividad.

Vanadio

Asociado al plomo, se ha encontrado en la mina “Andresito”, en el límite con el término de El Guijo.”


martes, 23 de septiembre de 2025

Una imagen de la Virgen de Veredas en manos de la reina Sofía.

 

Recorte ABC 2/06/1982

Allí donde haya un torrecampeño, también está presente Torrecampo. 

Nuestro pueblo se lleva en la sangre y en el corazón, y se muestra con orgullo en cualquier rincón del mundo, ya sea en el día a día o en las ocasiones más solemnes. 

Para muchos, “Torrecampo es bandera” y así lo sienten quienes, lejos de ocultar sus raíces, las comparten con nobleza. 

No hay gesto más hermoso que llevar el nombre y las raíces de nuestro pueblo allí donde la vida nos coloque.

Un curioso ejemplo  tuvo lugar el 2 de junio de 1982 en el Parque del Retiro de Madrid. Ese día, los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía inauguraban la I Feria del Libro de Madrid, un acontecimiento cultural de alcance nacional. Entre saludos, aplausos y obsequios, una mujer de Torrecampo se abrió paso con una misión muy especial: entregar a la Reina Sofía una imagen de la Virgen de Veredas, patrona del pueblo.

El diario ABC se hizo eco de la inauguración y del obsequio a la Reina de una imagen de la Virgen de Veredas. 

CULTURA Y SOCIEDAD


Adquirieron algunos de los ejemplares más vendidos de la muestra


Los Reyes inauguraron la I Feria del Libro de Madrid

MADRID. Sus Majestades los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía inauguraron en la tarde de ayer la I Feria del Libro de Madrid, que se abrió al público el pasado día 28 en el Parque del Retiro de la capital, organizada por la Comisión interministerial de editores, libreros y distribuidores bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Madrid.

A su llegada, los Reyes fueron recibidos por la ministra de Cultura, Soledad Becerril; el delegado del Gobierno, Enrique Tierno Galván; el director general de Promoción del Libro y Cinematografía, Matías Vallés, así como por los organizadores de la muestra. Tras escuchar el Himno Nacional, interpretado por la Banda Municipal, los Reyes recorrieron las 233 casetas que componen la feria.

En todo momento el público no dejó de aplaudir a los Reyes y vitorearlos.

También a lo largo del recorrido los Reyes no dejaron de recibir diversas muestras de afecto por parte del público asistente, así como por parte de los libreros, editores, escritores, etc.

Así, una madre, llevando en sus brazos a una niña, se acercó a la Reina mientras vitoreaba el nombre de los Monarcas. Doña Sofía agradeció el gesto con un beso a la pequeña.

Otra señora se acercó a la Reina y le entregó una imagen de la Virgen de la(s) Vereda(s), Patrona de Torrecampo (Córdoba). La Soberana lo agradeció. La señora comentó: «Qué alegría, ha podido saludar a la Reina y entregarle una imagen de la Virgen de la(s) Vereda(s).»


lunes, 22 de septiembre de 2025

El pasado que idealizamos y el futuro que necesitamos.




 El Cebadero, Torrecampo año 1952.
(Fotografía tomada de la revista El Celemín y 
coloreada mediante IA)


A menudo se plantea la vida en los pueblos como si respondiera a dinámicas distintas de las ciudades, cuando, en realidad, las necesidades de sus habitantes son las mismas: servicios sanitarios, educación, empleo, comunicaciones, energía, ocio y oportunidades de progreso. No hay un “rural” y un “urbano” con exigencias distintas, sino ciudadanos que aspiran a vivir con dignidad allí donde han decidido establecerse.

¿Cerramos las fábricas en las ciudades? ¿Destruimos autovías y autopistas de cuatro o cinco carriles por sentido? ¿Los puentes, faraónicas estaciones de tren o metro? ¿Cerramos los macro centros comerciales y negamos permisos a las franquicias?

La diferencia está en los medios, no en los fines. Y esos medios los marca, en gran medida, la economía: la capacidad de generar actividad, atraer inversión y crear movimiento suficiente para sostener los servicios básicos que mantienen la vida en cualquier comunidad. Sin economía no hay impuestos, sin impuestos no hay servicios, y sin servicios se resquebraja la posibilidad de que un territorio siga vivo.

Ya nadie se acuerda del pueblo de pescadores que fue Benidorm, hoy destino turístico internacional de primer orden; o de aquella aldea almeriense como fue El Ejido, que se ha convertido en uno de los principales núcleos de riqueza de España en pleno desierto, por poner algunos ejemplos más significativos. O siguiendo un ejemplo más cercano, ¿alguien ha pensado qué pasaría si en Pozoblanco no estuviese Covap?

Por eso el debate sobre innovación, lejos de ser secundario, es central: del acierto en cómo afrontemos el cambio depende que el medio rural conserve su pulso o quede atrapado en la nostalgia de un pasado que ya no existe.

La imagen de un cebadero de cerdos en pleno núcleo urbano del pueblo (TORRECAMPO AÑO 1952) nos recuerda de dónde venimos: instalaciones precarias, residuos sin depuración, exiguo control ambiental y sanitario. Aquel modelo fue útil en su contexto, pero hoy sería insostenible. Tan insostenible que desapareció, como también desaparecieron los pequeños ganaderos de vacuno de leche o de ovino. Sin innovación y adaptación a las nuevas exigencia legales (o de mercado, que es lo mismo) el resultado es muerte segura.  Sin embargo, la memoria selectiva tiende a idealizarlo, transformando en bucólico lo que en realidad fue duro, insalubre y limitado.

Frente a ese pasado, el presente nos ofrece un debate cargado de contradicciones. Se cuestiona la existencia de macrogranjas, aun cuando estas deben cumplir exigencias medioambientales, sanitarias y de bienestar animal que hace setenta años eran inimaginables. Lo que ayer se aceptaba sin discusión hoy se somete a escrutinio, y lo paradójico es que los mayores recelos surgen ante los avances que precisamente corrigen los errores del pasado.

Toda innovación conlleva riesgos. Las placas solares, que hoy asociamos a la sostenibilidad, también generan residuos que habrá que reciclar; el amianto fue en su día un material revolucionario antes de descubrirse sus efectos nocivos; el gasoil permitió un salto en la movilidad y la mecanización, aunque hoy lo cuestionamos por su contaminación; y durante generaciones los braseros de picón fueron una fuente de calor tan cotidiana como peligrosa. ¿Renunciamos por ello a la energía eléctrica, a los antibióticos, a la química que sostiene la medicina moderna, al tratamiento de los residuos hospitalarios, a internet, o incluso a las explotaciones intensivas de vacuno, aun cuándo llevan décadas contaminando acuíferos? Cada avance ha traído consigo retos, pero también mejoras incuestionables en calidad de vida, esperanza de vida y bienestar.

La innovación siempre despierta miedo. Supone salir de la zona de confort y aceptar lo desconocido. Pero la historia demuestra que no hay desarrollo sin asumir ese reto. No podemos viajar en trenes de carbón mientras el mundo se mueve en ultrasonidos.

El progreso requiere valentía, inversión y confianza en la ciencia. Innovar no significa olvidar lo aprendido, sino hacerlo mejor. Significa producir con responsabilidad, generar riqueza sin comprometer el entorno y garantizar que las próximas generaciones vivan en un mundo más avanzado y sostenible que el que heredamos.

Y no olvidemos lo cercano, lo que se nota en el día a día: más impuestos para sostener al municipio, alquiler de viviendas para quienes llegan a trabajar, dos o tres empleos que dan estabilidad a familias, movimiento en el transporte, menús servidos en restaurantes, repostajes en estaciones de servicio, compras en el comercio local, idas y venidas de camiones, veterinarios, técnicos y proveedores. Eso es vida, eso es dinamismo. Porque en el trapicheo está la ganancia, y en cada poco que se mueva late la esperanza de que un pueblo siga vivo.

Innovar es atreverse a no morir de nostalgia. Es apostar por el futuro con la convicción de que quedarse quieto no es conservar, sino desaparecer.
Porque la verdadera amenaza no es innovar: es quedarse atrás.


(Esta entrada no pretende ser una crítica, sino una opinión abierta sobre el futuro del desarrollo rural, evitando ser pretenciosa)