Los que somos de pueblo, y además tenemos la suerte de vivir en él, buscamos con cierta frecuencia el bullicio de la ciudad, la impersonalidad y el comportamiento algo más desenfadado que permite el hecho de deambular entre desconocidos. Dosis de urbe que despejan y hasta cierto punto, se agradecen. Pero no ansiamos tener ciudad.
Al contrario, los que viven en las ciudades, desean ansiadamente la vuelta al pueblo que los vio nacer o al de sus padres y abuelos. Tan es así que ser de ciudad y no tener pueblo es semejante a ser, con perdón, "un bicho raro".
Y así ocurre que, cada vez más, el ser humano va buscando sus raíces, que las mayoría de las veces se encuentran en aquellos pueblos llenos de vida y de gente cuya población se vio obligada a emigrar en busca de un futuro, no sabemos si mejor, pero sí que le quitase la costumbre de "almuerza si tiene qué y come si tiene gana".
Mostramos aquí uno de esos testimonios
"En mi imaginario infantil había un pueblo, una romería, unos sabores, unos "palabros" que salían sin querer, despertando la sonrisa en los que me rodean y me quieren(...)"
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