martes, 18 de noviembre de 2008

Ración doble de jamón

Los Pedroches están de moda; si la semana pasada se estrenó la pelicula El Libro de las Aguas , basada en la novela homónima de Alejandro López Andrada y rodada integramente en Los Pedroches, poco antes un relato basado en la comarca, se alzaba con otro premio.


Relato ganador del concurso 'Un paisaje andaluz', convocado por 'El Viajero'. Un fin de semana en la comarca cordobesa de Los Pedroches, entre pueblos de granito, dehesas y cerdos de pata negra.

"Aquella tarde del mes de mayo habíamos decidido Marta y yo seguir una ruta alternativa en nuestros frecuentes viajes de fin de semana a Córdoba desde Madrid. Esta vez recorreríamos el legendario valle de Alcudia y el valle de los Pedroches, y legaríamos a la ciudad del califato por CerroMuriano. Pasado Brazatortas, abandonamos la carretera N-420 para atravesar el valle de Alcudia y rodear el paraje de la Bienvenida y sus excavaciones arqueológicas.Siguiendo dirección a Alamillo, apareció una señal de tráfico que nos indicaba la dirección a Torrecampo y Pozoblanco, poblaciones de la provincia de Córdoba. Parada y comprobación en el mapa de ese itinerario. A Marta nunca le gusta aventurarse gratuitamente y siempre consulta el mapa para ver lo que nos conviene. Se pone tan encantadora consultando mapas que yo me quedo fijamente mirándola; sus ojos negros me vuelven loco.La ruta alternativa no tenía mala pinta y acortaba el camino hasta llegar a la N-502. Nos hizo dudar el trazado de la carretera a través de la sierra de Umbría de Alcudia. Por cierto, que al norte se levanta la sierra de la Solana de Alcudia. Al final decidimos recorrer ese eje de la sierra sur de Ciudad Real.
Llegamos al puerto montañoso que separa las vertientes de los ríos Alcudia y Guadalmez, y la visión que apareció delante de nosotros nos impresionó sobremanera, hasta el punto de que me dio un escalofrío y tuve que sujetar fuerte el volante para evitar cualquier riesgo en ese momento. Era el puerto del Mochuelo, a 790 metros de altitud. Tuve una sensación de vértigo, entre el azul del cielo y ese fondo verde. Me estremecí. El espectacular escenario era la comarca o valle de Los Pedroches. No podíamos parar porque la carretera tiene una anchura justa, excavada a media ladera. No nos seguía ningún otro vehículo, lo que nos permitió avanzar despacio. En un ensanche, dimos la vuelta con nuestro Citroën C4, regresamos a lo alto del puerto y aparcamos en un espacio preparado para ello. Contemplamos relajados hasta donde alcanzaban nuestros ojos. Un paisaje inédito. Parece la sabana africana, pero es el bosque mediterráneo: encinas, alcornoques, quejigos...Tres láminas de agua se reflejan como espejos. Atravesamos un puente sobre el río Guadalmez, que separa Ciudad Real de Córdoba, y allí fue la primera parada. El agua de su cauce se entremezclaba con una vegetación exuberante, como en un diálogo de enamorados. Tendremos ocasión de hablar de este río. La velocidad era pequeña, y la tabla de agua hacía de espejo donde se reflejaba otro puente abandonado y los restos de otro anterior, derribado en alguna avenida. Evidentemente, era un itinerario muy antiguo por esa zona.
Calles de granito.
Dejamos Torrecampo y, al poco tiempo, apareció un promontorio con una población en la que destacaba elegante y orgullosa la linterna de la torre de una iglesia. Era un conjunto armonioso que ofrecía serenidad al espíritu por la armonía de sus proporciones. Era Pedroche. La población estaba mimetizada en el altozano con la morfología del montículo. La torre es el faro. Su linterna nos guía. Abandonamos la carretera y nos adentramos con el coche. Mala cosa. Las calles son estrechas, quebradas y empinadas. Todas de granito. Seguimos a pie hasta la plaza de las Siete Villas, que despertó nuestra curiosidad. Preguntamos y nos lo aclararon. Lo que llaman las Siete Villas es el territorio formado por los términos de las poblaciones de Dos Torres, Añora, Pedroche, Torrecampo, Alcaracejos, Pozoblanco y Villanueva de Córdoba. Poco tiempo después llegamos a Pozoblanco, la que llaman capital de la comarca. Eran las nueve de la noche y decidimos parar. Destacaban dos torres, una gris y otra blanca. Eran los silos de Covap, el antiguo y el nuevo. Preguntamos a una mujer por un sitio típico y nos indicó que fuéramos a Los Godos, bar, restaurante y hotel donde durmió el torero Paquirri la noche antes de su mortal cogida en la plaza de esta población en la tarde del 26 de septiembre de 1984. Llama la atención en Pozoblanco el uso del granito como material de construcción, en calzadas, aceras, fachadas, etcétera. Allí aflora por toda la comarca. Nos enseñaron los mosaicos que tienen dedicados en recuerdo del torero. Tomamos unas tapas y Marta comentó que podríamos quedarnos a dormir allí y conocer esa comarca de Córdoba.Ella estaba impresionada, y le gusta disfrutar de los nuevos lugares que descubre. Pensaba que debíamos dedicarle ese fin de semana completo. Ya iríamos a Córdoba en otra escapada. Nos quedamos a dormir en este hotel. Durante la cena, el camarero, amante de esa tierra, nos indicó que un buen recorrido sería Villanueva de Córdoba, Conquista, Torrecampo, El Guijo, Pedroche, Dos Torres, Añora, Alcaraceños, Villanueva del Duque, Hinojosa del Duque, Belalcázar, Villaralto, El Viso y Santa Eufemia. Le recordamos lo de las Siete Villas y conoce la historia.
El río Guadalmez.
Un descubrimiento gastronómico esa noche del viernes fue el jamón ibérico con denominación de origen Los Pedroches. No lo conocíamos y pudimos apreciar lo exquisito que estaba. Repetimos ración. Sabroso y redondo. La mañana del sábado nos enteramos de que Covap era una cooperativa que nació para proporcionar pienso a un buen precio para las vacas de los ganaderos de la comarca. Sí, señor, esta región parece desprendida del norte peninsular, porque tienen unas 35.000 vacas lecheras, cuya producción comercializa esta cooperativa en su mayor parte. También actúa como matadero del cerdo ibérico, vacuno y ovino de la zona.Nuestra curiosidad nos llevó a El Guijo y al río Guadalmez. Nos adentramos en el mismo, porque en una primera impresión no se distinguía del entorno. Es un ecosistema donde el agua parece algo tímida. Avanzamos casi un kilómetro y nos dio la impresión de ser un río dentro de otro río.Melancólico y humanista.El equilibrio, el nexo, el encuentro entre el cielo y la tierra, porque si bien ésta lo acoge,su agua procede del cielo. Discurre el agua entretenida y parece no enterarse de que tiene velocidad y se recrea entre sus finas arenas brillantes, a veces pintadas de óxido.Es su capacidad de rotar sin pausa, aunque a veces se excita y se estremece, y bate los cantos y losmueve como plumas y se vuelve blanca en su juego con al aire. Hurga, escarba, taladra, se hunde y profundiza, y tiene su propia música. Es un río que se esconde y se camufla entre el rumor y la emoción. Sublime."
Juan Almagro Costa (Murcia, 1945) ganó con este texto el concurso de relatos Un paisaje andaluz, convocado por El Viajero.

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