miércoles, 3 de diciembre de 2025

Los Pedroches ante el reto demográfico.

 

Censo y evolución de la población de Los Pedroches 2021-2025


La comarca de Los Pedroches, en el norte de Córdoba, lleva décadas asistiendo a una lenta pero constante pérdida de población. Cada año, menos jóvenes, menos nacimientos, más envejecimiento, más municipios en riesgo demográfico. Los datos de 2024-2025 lo confirman: el descenso es generalizado, y 2030 no pinta mejor si no se hace algo radicalmente distinto. La comarca ha perdido la friolera de 1.300 habitantes en los últimos cinco años. 220 en el último censo publicado.

Pero lo grave no son solo los números. Lo grave es que el rural español está atrapado en un modelo institucional y cultural que lo condena a ser paisaje, no sociedad; postal, no proyecto, y Los Pedroches son un ejemplo perfecto.

Durante décadas, administraciones de todos los colores han prometido lo mismo: frenar la despoblación, modernizar el campo, atraer empleo, fijar población, garantizar servicios.

El resultado es contundente: no ha funcionado.

Si las políticas rurales sirvieran, los pueblos no perderían habitantes año tras año. Pero siguen cayendo.
Los municipios más pequeños llevan años en una espiral de declive que ningún plan estratégico, agenda territorial o marca comarcal ha detenido.

Mientras tanto, los municipios más grandes  resisten, pero solo porque partían de más. No porque exista un proyecto económico sólido que retenga a los jóvenes. Y no lo hay.

Uno de los mayores problemas de España es que trata al campo como si fuera un bien cultural que debe conservarse “puro”, sin tocar.
El discurso ambientalista ha sido útil para proteger ecosistemas, pero devastador cuando se convierte en excusa para frenar actividad económica e infraestructuras.

Los Pedroches son el ejemplo perfecto: un territorio altamente protegido, pero económicamente improductivo.

La dehesa, joya ecológica, es también una estructura económica de bajo rendimiento y bajo empleo.
Y la obsesión por convertir el territorio en museo natural ha bloqueado iniciativas que podrían generar trabajo y diversificación. Mientras tanto, los jóvenes se van. No por ignorancia rural, sino por puro instinto de supervivencia.

Si el rural quiere futuro, tiene que entrar en la economía con mayúsculas: Industria agroalimentaria avanzada; energías renovables integradas; logística y transporte eficientes; servicios digitales que no sean solo wifi gratuito; economía verde productiva, no decorativa ; polígonos industriales que sirvan para algo; innovación aplicada, no congresos comarcales.

Eso implica asumir tensiones: más actividad, más infraestructura, más transformación del entorno. Algún sacrificio ambiental, sí. Sometido a controles, pero posible.

Porque la alternativa —mantener la inmovilidad— ya está destruyendo el territorio, aunque lo haga lentamente.

Se habla mucho de “salvar el medio rural”. Pero sin economía, no hay medio. Ni rural.

Además del abandono institucional, los pueblos cargan con un lastre cultural, cual es el estigma rural:  "El que vale, se va"; "El que se queda, fracasa"; "En el pueblo no hay futuro". Ese discurso está interiorizado por generaciones enteras. Y lo peor: es cierto, porque el sistema lo ha hecho cierto.

España ha construido su modelo económico sobre la idea de que el campo es subsidiario, ornamental y prescindible.

Nadie dice lo obvio: los pueblos tienen derecho a desarrollarse, no solo a sobrevivir.  A crecer, no solo a conservar. A tener industria, empleo cualificado, servicios modernos. A ser competitivos. 

El derecho al desarrollo —reconocido globalmente— parece haberse olvidado en casa.

Si seguimos igual, el futuro es claro: Entre el 6% y el 12% menos de población comarcal en los próximo cinco años. Municipios pequeños en riesgo real de inviabilidad. Más envejecimiento, menos natalidad. Menos escuelas, menos actividad económica. Más dependencia institucional.  Y lo más grave: pérdida irreversible de tejido social y cultural.

No porque el campo sea frágil. Sino porque se ha hecho frágil a base de inacción.

Los Pedroches —como la España rural en general— tienen: Territorio, identidad propia, potenciales cadenas de valor, calidad de vida y ubicación estratégica

No necesitan caridad. Necesitan políticas económicas reales. Menos subvención y más inversión.  Menos folclore y más industria. Menos “España vaciada” y más “España productiva”. Y sobre todo, necesitan que se les permita cambiar.

 

El rural español no está muriendo por culpa de la gente.  Sino por culpa del sistema. No se arregla con festivales gastronómicos, rutas senderistas, ferias del queso y demás verbenas temáticas.

Se arregla con inversión seria,  infraestructuras, industria, tecnología y capital humano

El futuro de Los Pedroches —y de tantos territorios— depende de asumir una verdad incómoda:

No hay derecho a la identidad sin derecho al desarrollo.

Y el campo español tiene derecho a ambos.

Mientras sigamos tratando los pueblos como un parque natural o un museo costumbrista, seguiremos escribiendo artículos sobre su declive.
El día que decidamos apostar, de verdad, por la economía, podremos hablar de su futuro.

En definitiva y a modo de conclusión: el mundo rural no debe ser un “reserva natural de postal”, sino un territorio con derechos reales: derecho al empleo, a la vivienda, a la conectividad, al desarrollo económico.

Hasta ahora, las políticas han reforzado el estigma rural: lo pintoresco, lo tradicional, lo inmóvil. Pero la realidad llama a evolucionar.

Los Pedroches —y muchas comarcas rurales españolas— merecen: oportunidades económicas reales, futuro para sus jóvenes, servicios dignos y capacidad de decidir su destino. No caridad. No compasión. Justicia.

Las cifras no mienten: Los Pedroches pierden población año tras año. Los pequeños pueblos se vacían, los medianos resisten a duras penas, y los más grandes resisten lentamente.

No es un problema social más: es el síntoma de un país que ha marginado a su medio rural. Un país que necesita decidir si defiende la estética del paisaje… o la dignidad de sus pueblos.

Este no es solo un debate de desarrollo: es un derecho al desarrollo. Un derecho a existir con futuro, no a sobrevivir en el pasado.

 

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